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viernes, 4 de febrero de 2022
Entre Pecado y Confesión
Había transcurrido más de cinco años desde que Manuela se confesara por primera vez ante aquel párroco de cierta edad que fue indulgente con ella. Después de esa ocasión las confesiones eran siempre lo mismo, mentirijillas, y chismorreo de vecindad.
Aquel verano el sacerdote tuvo que ausentarse por motivos familiares durante todo el mes de agosto y la iglesia quedó en manos de un sacerdote joven y como se dijo en el pueblo recién estrenado.
Manuela, seguía teniendo los mismos calores que ya los tuviera tiempo atrás, pero en esta ocasión ya tenía un noviete que al menos según decía ella la refrescaba de tanto en cuanto.
Aquel sábado por la mañana era la hora de confesión pues casi todas las femeninas querían confesar, aunque más bien querían ver y curiosear, cuando salían las unas a las otras preguntaban ¿qué tal? Y todas decían lo mismo. Es muy serio, va muy deprisa y no te presta atención.
Con esa idea se quedó Manuela y en su mente pensó, que a ella si la haría caso o quizá algo más.
Era la última que quedaba con picardía se fue quedando atrás y cuando salió su antecesora, se las ingenió para cerrar la puerta de la iglesia, cuando iba a salir el párroco de su confesionario ella con voz melosa le dijo:
_ Padre, perdone mi retraso, pero tuve que terminar de recoger los animales y darles de comer y beber siento llegar tarde, pero debo de confesarme padre, tengo una desazón que no me deja descansar ya no puedo dormir necesito que un ser de Dios me dé un poco de calma.
Ya es tarde, no creo que sus pecados no puedan esperar.
Mis pecados puede que sí, soy yo la que necesita su perdón.
Será el perdón de nuestro Señor, solo soy un emisario de Él.
A estas alturas Manuela se había despojado de la chaqueta obligatoria dentro de la iglesia y la había dejado sobre un banco próximo al confesionario. Esta hizo oídos sordos al sacerdote y se arrodillo ante el confesionario.
Acto seguido el nuevo cura no tuvo más opción que volver a dentro y comenzar el ritual de la confesión.
Una vez que Manuela comenzó hablar el sacerdote no decía nada únicamente escuchaba lo que aquella muchacha más o menos de su misma edad que él le estaba contando, era como volver a tener mil dudas de su fe, la primera vez que ella le dijo que tenía un tremendo deseo de hombre este suspiro tan alto que ella misma pudo sentir como algo en su cuerpo se estremecía.
Seguía en un silencio, nada más se oía su respiración y de vez en cuando como si suspirará, o algún extraño movimiento hiciera. Viendo está que estaba logrando su fin, pero que él no decía nada puso toda la carne en el asador y fue cuando comenzó a decir con voz entrecortada que sentía deseos lujuriosos, que su cuerpo ardía de placer y no podía ponerles fin a no ser que alguien apagara aquel infierno que llevaba dentro de ella.
El joven sacerdote tuvo que atajar aquel despropósito, no solo era ella quien ardía en el infierno él estaba a punto de quemarse, su cuerpo estaba con su libido al máximo exponente y no quería pecar, pero aquella muchacha era el diablo en persona y la carne era débil.
Manuela, tienes que dejar esos pensamientos, concentrarte en tus tareas y deja de pensar exclusivamente en deseos perversos, sabes que no es digno de una mujer que tengas pensamientos pecaminosos.
Manuela se levantó y sin mediar palabra abrió la puerta y con una efusividad espantosa se sentó en sus piernas le beso con tanto ardor que este no pudo rechazarla, ya era tarde para decirla no, aunque lo intento en dos ocasiones, sin embargo, su deseo era más fuerte y Manuela un volcán en erupción.
Los besos y caricias iban en aumento, ella estaba entregada al deseo en un acto sé bajo sus bragas y con sus manos fue bajando la cremallera del joven sacerdote, este puso su mano para que ella no siguiera, fue inútil si no la bajaba iba a romperse de todos modos, no recordaba haber tenido una erección tan enorme como aquella.
Ella le guió por los templos del placer, subida de su miembro con agilidad y destreza, él suspiraba y gozaba, sus manos suaves rozaron sus pechos donde los moldeaba con caricias cada palmo de piel, sus pezones duros como el diamante los acarició y beso en un instinto casi animal estaba fuera de si, bajo su boca y lamió todo su torso.
A estas alturas la fe y la cordura quedó en un plano abstracto y como hombre tomo el impulso, la bajo de sus piernas y la sentó en su lugar, fue donde la poseyó con su boca dejando a Manuela en éxtasis total, abrió los ojos y vio como él no pudo retener su eyaculación y, allí en el confesionario dejo su huella del pecado.
Se adecentaron lo que pudieron cabizbajo y avergonzado él la miró y solo pudo decir, sé que fui el culpable, pero hoy he descubierto que mi cuerpo ha gozado y por ello no he dejado de amar a mi Dios.
Seré condenado, únicamente te pido no me mortifiques...
Sería su gran secreto del mes de verano.... Cada sábado al terminar de confesar a las betas sus encuentros eran pecados contenidos, mortificándose mutuamente, recorrían cada rincón de la iglesia, profanando bancos, sacristía, suelos. Cada pecado era un orgasmo de ambos, cada gemido un nuevo despertar de algo desconocido y cada gota derramada de sudor era la culminación del sexo bien realizado.
Campirela_
Amigos, este es el resultado de la anterior entrada en el otro blog, un amigo( Dulce) me propuso seguir con él, pero en plan más sensual y hete aquí el resultado, creo que todo es mejorable, pero mi límite llego hasta aquí. Muchas gracias siempre por todo vuestro cariño y respeto. ¡Besos y abrazos!!