Aquella aventura de aquel país montañoso fue muy evocador, jamás pensé que aquella mujer dejara tanta huella en mi corazón.
Era mi primer viaje al Oriente medio, conocía lo mínimo de sus costumbres, así pues me dejé llevar por mi amigo, él llevaba más de cinco años en el Líbano.
Llevaba una semana cuando Hugo, me dijo de ir a ver un espectáculo que me iba a entusiasmar, en él las mujeres hacían una danza que según sus palabras te seducían solo con sus movimientos, la verdad no le creí mucho, debo decir al lector que soy profesor de baile moderno y sé que el baile seduce, pero no hasta el punto que le veía en sus ojos.
El lugar era precioso, me gusto el sentarme entre almohadones, eran verdaderos sofás a ras del suelo, un ambiente agradable, pero sobre todo me llamo la atención los olores embriagadores, me hacían sentir en una nube donde todo mi cuerpo comenzaba a elevarse y digo bien todo.
Las camareras preciosas, con esos vestidos de sedas dejando su cintura al aire, provocaban en mí un sudor que me subía por todo el cuerpo y la gota se dejaba caer sobre el filo de la espalda.
Pedimos el Arak, la bebida típica del país y kibbeh, no sé si fue un conjunto de todo, pero cuando llego la actuación de las bailarinas estaba más contento de lo normal mi cuerpo se sentía dispuesto a danzar en la cuerda floja toda la noche.
Aquellas mujeres con su contoneo y su sensualidad dieron rienda suelta a mi mente y me veía entre ellas como un sultán.
Al filo de la media noche, las pocas luces que alumbraban el local, fueron apagándose y en su lugar todo se llenó de velas, desprendiendo un aroma relajante. El silencio era asombroso, apenas dos minutos después el sonido de un laúd dejé que mis oídos siguieran su sonido, pero antes que ellos llegaran a su encuentro mis ojos se quedaron prendados en aquella mujer de blanco, su presencia hizo suspirar a más de uno.
Llegó un momento que me sentí solo ante ella, aquella bailarina de ojos de color azabache penetraban dentro de mi alma, sus manos con sus movimientos las sentía sobre mi piel, sus caderas me seducían tanto que mi entrepierna lo estaba sufriendo.
Cada velo que depositaba en el suelo era una abertura que descubría partes de su figura, así fui contando hasta siete, en ese instante únicamente la cubría una gasa fina que dejaba ver su escultural cuerpo, se acercó sigilosa hacia donde estábamos mi amigo y yo ofreciéndome su mano me hizo levantar cosa que apure como pude dejando una desaliñada camisa por fuera para que cubriese mis partes púdicas, ellas parecían querer bailar ese baile sin ser presentados formalmente.
Mis recuerdos me llevan a descubrir algo distinto a lo que estaba acostumbrado en terrenos sexuales, aquella mujer me elevo al paroxismo del cual hoy todavía no he llegado a recuperarme.
Me sentí morir de placer, y no os lo cuento como una metáfora, mi cuerpo era como el humo, no pesaba, solo se elevaba, los orgasmos que mantuve eran tántricos, dentro de mí emanaba el más puro maná, cada uno de mis sentidos florecieron como la primavera, de golpe irrumpiendo cada poro de mi piel. Solamente puedo decir que nuestros cuerpos rimaban mejor que la poesía más perfecta.
Campirela_