Aquel día su puesta en escena fue de un romanticismo total, su vestido negro hacía juego con su pelo azabache, solo los hombros los tenía al descubierto.
Se dirigió con pasos cortos hacia la dama, sin decir palabra alargo su brazo para acariciar su cara, era como tocar porcelana, estaba fría, y temblaba.
Alzo su rostro para contemplar aquellos ojos negros, de mirada profunda. Sus labios se abrieron, pero él con un gesto los cerro, no necesitaba oírla, solo mirarla y contemplar la belleza que emanaba.
Su boca se posó en sus hombros, los beso suavemente, cada tacto de él era un temblor de ella, sentía como sus piernas temblaban, sus caderas instintivamente se movían queriendo buscar su cuerpo.
Todavía quedaba para esa escena de pasión, pues antes la mantendría en alerta, cuidando cada detalle de la escena, velas, música y una copa de vino para saciar la sed.
Cada vez se sentía más acalorada, su corazón palpitaba, y el deseo subía por momentos, ella no pudo más y le pregunto por qué la martirizaba.
Él se acercó despacio, la agarro por la cintura acercándose lentamente a sus labios, los besos con suavidad, su vientre tembló, sus pechos agitados se envolvieron entre sus manos, … Sintió su dureza, su deseo, y al sentirlo, notó cómo la humedad empezaba a hacer acto de presencia entre sus propios muslos. Ahí dio su primer gemido, sería el comienzo de una serie que siguió durante aquel acto sensual donde dos cuerpos ardientes de pasión gozaron, se desearon y culminaron.
Campirela_