Campirela_
Queridos amigos, os deseo muy felices fiestas, nos leemos después de todas ellas.
Mis mejores deseos para todos. Sed felices, no es una orden, es un deber ... Besos, gracias por un año más compartido.
Campirela_
Mis mejores deseos para todos. Sed felices, no es una orden, es un deber ... Besos, gracias por un año más compartido.
En la penumbra de lo no dicho,
tus ojos rozan los míos
como cometas
que no se atreven al choque.
Callamos,
pero el alma grita en susurros.
Y así seguimos,
orbitando de placer,
sin tocar el fuego,
pero ardiendo igual.
Mi cuerpo gira en torno a tu fuego,
sin gravedad, sin tiempo.
Solo el pulso de tu universo
Cada noche, cuando el mundo duerme
me despego de la realidad.
Mi cuerpo, libre de ataduras,
comienza a girar
en torno a un deseo sin nombre.
Orbitando de placer,
como un satélite seducido
de una estrella
que nunca podrá tocar.
Y en ese giro eterno,
encuentro mi libertad.
Campirela_
Ella apareció en la puerta, empapada, con la mirada encendida, provocadora
Él no se inmuta. Solo alza la mirada, y con ella, el mundo se detiene.
El vestido pegado a su piel revelaba más de lo que oculta,
—Quítate eso —dice, sin levantar la voz.
La observó, sin pestañear, como quien mide el alcance de una tormenta.
Ella obedece, no por sumisión, sino por deseo.
Cada gesto suyo es una coreografía de fuego,
pero él dirige la música con una sola palabra.
—Ven.
Y ella va. No camina, se desliza.
Como si sus pasos fueran parte de un ritual antiguo,
donde el poder no se grita… se susurra.
Él la toma por la nuca, firme, sin violencia.
La lluvia afuera ruge, pero dentro, el silencio es más salvaje.
Ella cierra los ojos. Él no.
Porque el arte del dominio está en mirar mientras el otro se entrega.
Campirela_
No hay nombres,
solo miradas que se rozan como dedos en la penumbra.
Tú eres la pausa que me desnuda,
yo, el verbo que se arquea en tu espalda.
Nos escribimos con fuego lento,
con palabras que tiemblan al borde del papel,
con la urgencia de un roce que aún no ha sucedido.
No hay pactos,
solo el eco de tus dedos en mi memoria.
Somos libres,
pero cada noche me encuentro atada
al recuerdo de tu piel que no prometía nada
y todo lo daba.
Nos buscamos sin debernos,
nos encontramos sin pedirnos,
pero el deseo nos escribe
con tinta que no se borra.
Somos el paréntesis en medio del mundo,
Y aunque no haya promesas,
aunque el mundo no sepa de nosotros,
en cada poema
nos volvemos a tocar
como si la libertad también supiera arder...
Campirela_
El sol se filtraba entre las hojas, el río murmuraba cerca, cómplice de esa amistad
Ella llegó primero, descalza, con la piel aún húmeda del baño en el río, él apareció después, sin palabras, solo mirada.
No hacía falta hablar, una mirada bastaba para encender el deseo.
La complicidad era antigua, como el bosque que los rodeaba.
Se acercaron despacio, como si el tiempo obedeciera su ritmo.
Él mandaba con un roce. Ella respondía con un suspiro.
La desnudez no era provocación, era entendimiento.
Un pacto secreto entre cuerpos que se conocían más allá de lo físico.
Deseo, sí.
Pero también lealtad, locura compartida, intimidad sin máscaras.
El campo fue testigo. El río guardó silencio
Y aunque el mundo no lo supiera, lo suyo era fuego silencioso, una complicidad que no se explica , solo se vive
Y la tarde se cerró sobre ellos como una promesa cumplida.
Campirela_
Tu nombre es chispa,
mi boca, yesca.
Cada palabra que me das
enciende la leña de mi pecho
y me convierte en incendio.
No quieres mi paz
quieres mi guerra de caricias
y mi tormenta de suspiros.
Me abres como se abre un secreto,
con la lentitud de quien sabe que el deseo es rito.
Mi boca te desea,
mi piel arde
y tú, mi delirio,
me quemas en esas llamas que son pecado,
pero que asumo con penitencia,
que no es otra que volver a quemarme.
Si ardes, me acerco.
Si pecas, me hundo contigo.
No hay cielo que me tiente
más que tu infierno de caricias.
Te quemas porque me enciendes
porque tu cuerpo es mi altar
y mi gemido, mi oración.
No hay redención en tu abrazo,
solo la condena de volver a pecar contigo.
Campirela_
Te pienso en voz baja
tus silencios me desarman
tus manos ceden al tacto lento.
Eres el suspiro que se queda a dormir en mi cuello
la promesa que recorre mi espalda
y esos dedos tuyos, que solo saben
conjugar el verbo *DESEAR*.
Mis noches no duermen,
se despiertan en tu nombre
con el recuerdo tibio de tu piel
que aún no conocen
pero imagino, como aquel
que pinta con obsesión con los ojos cerrados.
Te miro en sueños
y tú me hablas, con tus silencios
con palabras que no se dicen
solo se piensan.
Tus manos jamás me han tocado
sin embargo, mi cuerpo las recuerda
como si en otra vida
ya me hubieras dibujado.
Despierto imaginando
como sería tu aliento danzando por mi ombligo,
cómo serían tus jadeos temblando
al borde de tu sonrisa.
En ese despertar me quedo
tendida sobre mis sábanas
imaginando como serás en realidad.
Como quien memoriza estrellas invisibles
y ya sabe en qué rincón del cielo brillan.
No te conozco, pero te siento en mí.
Campirela_